Desde el complejo real Residenz, que fuera la casa de los Wittelsbach desde 1385, hay que caminar con rumbo al oeste, por la calle Brienner, y dejar atrás las toneladas de turistas que se solazan con los clásicos atractivos del centro de la ciudad. Siempre se podrá volver a esa parte de Munich. Argumentos hay varios, como sus jardines de cervezas ubicados en el mercado Viktualien o en el bar-imán de todos los cerveceros de Baviera, el Hofbräuhaus.
Si no se desatiende la idea de seguir todo derecho por la calle Brienner, muy pronto se encontrará con una calle amplia y de mucho tráfico, la Oskar von Miller Ring. A partir de ahí comenzará a sentir el aroma a cultura que el barrio de Maxvorstadt entrevera en cada uno de sus rincones. Otro síntoma evidente de hallarse en una zona distinta de la ciudad, es el trazado cuadriculado de sus calles: el dibujo urbano más utilizado a principios del siglo XIX, momentos en que esta área empezó a esbozarse en la mente del Rey Maximiliano I de Baviera.
De Grecia a Kandinsky
En una glorieta que en primavera y verano reluce con flores ordenadas en forma tan alemana, se encuentra un obelisco que rememora la muerte en Rusia de miles de soldados bávaros durante la campaña de Napoleón de 1812, desde el cual se puede ver Grecia, o por lo menos un intento rimbombante de reproducirla. Esta Atenas del Isar se ubica en la plaza Königsplatz y fue concebida, desde su más honda pasión por la antigua Grecia, por Luis I, hijo de Maximiliano I.
De frente, viniendo desde el obelisco, se ubica la puerta de Munich, representada por el edificio Propyläen, gemelo de la puerta de acceso a la Acrópolis. A la derecha se localiza el museo Glyptothek, otra construcción de corte clásico que aloja una gran colección de esculturas de las antiguas Grecia y Roma que Luis I comenzó siendo príncipe, y cara a cara, aunque cruzando toda la plaza, está el edificio Antikensammlungen, que alberga lo que esa palabra significa de algún modo en alemán, antigüedades del arte griego y romano. Es un sitio recomendable para aquellos que se deleitan pasando media mañana entre vasijas, cerámica y joyería de esos momentos de la historia.
Si no se quiere atragantar la visita, lo mejor es no saber que la plaza Königsplatz, que inició formalmente a Maxvorstadt como el barrio de los museos, presenció un momento negro en la historia del siglo XX. Aquí se escenificaron, bajo el mando nazi, grandes desfiles y ceremonias que irían gestando el poderío de Hitler. Pero para olvidar esos datos lo mejor es echarse un clavado en la propuesta artística del movimiento Der Blaue Reiter, y viajar entre las sinfonías coloristas de Kandinsky o Franz Marc en el interior de la galería de la ciudad, la Casa Lenbach, o para dejarlo menos claro, en la Städtische Galerie im Lenbachhaus. Y, por cierto, tanto Hitler como Kandinsky y Franz Marc, al igual que el Premio Nobel de Literatura de 1929, Thomas Mann, habitaron este barrio. Unos con la idea de ser creativos y, otro, con propósitos muy debatibles.
Mundo Pinakothek
Desplazándose a espaldas del edificio del Glyptothek se llega a las instalaciones de la Universidad Técnica. No habrá mucho que ver ahí, pero vale la pena visitarla para entender que además de recuerdos de Grecia y Roma, Maxvorstadt es un barrio con fuerte vida universitaria y que se mantiene a trote de vanguardia. A pocas calles de aquí se ubica la segunda universidad más grande de Alemania, la Ludwig Maximilian, con más de 500 años de historia y hoy en día con 44 mil estudiantes. Eso se percibe en las propias calles sin ningún esfuerzo: junto al turista que se escapa para recorrerlas, el vecino de siempre, o la gente que trabaja en el barrio, habrá siempre la presencia de un universitario. Veinticinco por ciento de los habitantes tienen entre 20 y 30 años de edad. Basta con pasear por ahí para verlos ir a toda velocidad en su bicicleta, con el rostro de estudiante en exámenes o, de plano, desparramados en los parques del barrio cualquier domingo.
A un costado de la Universidad Técnica habita una gran cantidad de pinturas medievales de grandes maestros de este arte. Durero o Rubens –entre muchos otros-- son dos de los artistas que se pueden admirar en la Alte Pinakothek (Antigua Pinacoteca). Reserve el resto del día para vivir en ella: esta colección real de pintura está considerada como una de las mejores del mundo y bastará con ver las obras de Brueghel en las primeras salas para saber que no se saldrá pronto de ahí, por más que uno no sea muy amigo del arte. Las atmósferas totalmente medievales de este pintor son sólo la antesala de lo que vendrá después, en el segundo piso, donde se encontrará con pinturas del Renacimiento italiano, en manos de Ticiano, Rafael o Botticelli, aunque también España está muy bien representada con las obras de Murillo, Goya o El Greco.
Cruzando un parque habitado por esculturas y mucha gente dedicándose a no hacer nada, salvo pasar el día tranquilamente, se llega al mundo del arte que va del siglo XVIII al de principios del siglo XX. Se trata de la Neue Pinakothek (Nueva Pinacoteca), localizada en un edificio que fue construido en 1981, después de que el original fuera destruido durante la segunda guerra mundial. Si se es admirador de la obra de pintores del nivel de Caspar David Friedrich, Ludwig Ricther o Max Liebermann, entonces habrá que dedicar una escala con buena dosis de tiempo.
Para descansar la vista, y los pies por supuesto, lo más conveniente es tomarse un café en un pequeño pero cómodo local con vista a los dos museos recién explorados: el Café BattyBaristas (Barer Str. 42). Además de sufrir tratando de pedir un café en alemán y de disfrutar el ambiente con sabor de barrio, hay una conexión gratuita a internet. Así que será un buen sitio para dejar descansar al cuerpo y comunicarse con el mundo. Si se prefiere, por la misma calle Barer se podrá comer en el restaurante Warm Nudel Bar (Barer Str. 56). Es un pequeño restaurante japonés, con comida genuina de ese país, y con un menú que no logra solucionar nada al turista ya que está todo en alemán y japonés. Para los que no hablan esas lenguas, el mismo idioma al fin y al cabo. Sin embargo, la dueña, japonesa, que no habla inglés, cocina de maravilla.
Calles Türken y Amalien
Estas dos calles constituyen el corazón de la atmósfera contemporánea del barrio. Aquí Maxvorstadt podría catalogarse como un sitio culto y trendy. Galerías de arte y librerías con joyas antiguas o publicaciones de reciente edición comparten la calle con tiendas de ropa exclusiva o con una heladería: la Balla Beni (Theresien Str. 46), capaz de crear verdaderas turbas sedientas de gelati italianos en plenas calles bávaras. De primavera a principios de otoño, los cafés se disputan por tener la mejor terraza a plena calle. Cualquier esquina es idónea para escuchar pláticas en alemán o inglés, que pueden discurrir entre temas de literatura o de política, pero también del último gol del equipo local. La calle Amalien queda a una cuadra de la Ludwig Strasse –límite del barrio--, la cual conecta rápidamente, vía metro o coche, con el centro de la ciudad. En ella se encuentra la Universidad Ludwig Maximilian, con 500 años de tradición. También se ubica aquí la iglesia Ludwig, con sus notorias torres de 71 metros de altura y, si el olfato cervecero es bueno, desde este lugar se puede llegar, previa caminata de quince minutos, al corazón de uno de los parques urbanos más grandes del mundo, el Englischer Garten, con la idea de postrarse alrededor de la gran pagoda del jardín cervecero Chinesischer Turm, y ser testigo de los honores que se le otorgan a la cerveza alemana. Bebiéndolas todas.
Pero antes de pensar en salir del barrio de Maxvorstadt, regrese a la calle Ludwig y deje el Chinesischer Turm para después. Incluso sería conveniente visitar dos santuarios de arte, en plena calle Türken, dedicados exclusivamente al que se produjo durante el siglo XX y el actual. El primero se encuentra frente a los fabulosos helados Balla Beni, en un edificio de gran modernidad en cada uno de sus ángulos y que da cobijo, desde el año 2009, al museo Brandhorst. Dentro de éste, a cada paso se produce un sobresalto de admiración. Los muros los comparten personas del nivel de Joseph Beuys, Warhol, Basquiat, Damien Hirst o Sigmar Polke. El sitio no es comparable en tamaño con las dos grandes pinacotecas de la ciudad, pero también deja revolotear el alma revolotear con semejante intensidad. Aunque no se tenga más energía en el cuerpo, a dos pasos de este museo hay otro más, éste sí, de dimensiones enormes: se trata de la galería de arte moderno y contemporáneo más grande de Alemania, la Pinakothek der Moderne. Fue inaugurada en 2002 y en su moderno interior alterna obras de Kandinsky, Max Beckmann, Paul Klee, así como de Warhol y Beuys. También cuenta con una de las colecciones más completas de diseño y artes aplicadas y, dentro de su apartado arquitectónico, se presentan dibujos originales de Frank Lloyd Wright. Todo el arte cabe aquí…
Ahora toca experimentar el barrio desde sus propias entrañas. Se tiene que caminar nuevamente por la Türken Strasse y en el número 57 se encontrará con uno de los iconos del ambiente nocturno del barrio: el bar Alter Simpl. El nombre proviene de la revista satírica Simplissimus, que denunciaba de buena forma el régimen nacional-socialista y ciertas costumbres conservadoras de aquella época. En sus mesas han bebido cerveza personajes como Herman Hesse y Thomas Mann, y hoy en día, con sus muros pintados por el humo del tabaco después de muchos años de rebeldía, se ha convertido en un espacio peculiar que envuelve con toda experiencia el verdadero carácter de Maxvorstadt, siempre creativo, pero crítico a la vez.