A principios de los años sesenta por las calles del barrio de St. Pauli –por aquel entonces- de mala fama, cuatro chicos de Liverpool comenzaban a gestar una gran historia dentro de la música.
No hace falta deambular mucho para saber que en estas calles de Hamburgo se vive más allá de cualquier tendencia prefabricada. La idea queda reforzada si se charla con los vecinos en algún bar del barrio: se podrá apreciar rápidamente que en sus conversaciones no incluyen ideas relacionadas con racismo, sexismo o fascismo.
Pero si aún hay alguna duda del carácter de St. Pauli, entonces no hay otra mejor idea que asistir a un partido de fútbol del FC Sankt Pauli en el Millerntor-Stadion momentos antes de que ruede la pelota, el cual retumbará con la canción Hells Bells de AC/DC. Es decir, ¡aquí la gente no es sanamente normal!
Tal vez Allan Williams (agente de The Beatles) percibiera todo esto cuando decidió llevar a este lugar a los jóvenes Paul McCartney, George Harrison, John Lennon, Stuart Sutcliffe y y un tal Peter Best, contratado simplemente porque tenía batería, cuentan los fanáticos del grupo. Aún no estaban los cuatro miembros que luego todos conoceríamos. Sobraba uno y faltaba Ringo.
En 1960 arriban a Hamburgo, una ciudad que comenzaba a recuperarse de los grandes estragos de la Segunda Guerra Mundial. Ese año daría inicio una nueva etapa en la historia de la música. “The Beatles le debe todo a Hamburgo” es una frase que se escucha constantemente en esta ciudad alemana.
Sus primeros conciertos los realizan en el corazón de St. Pauli, donde hay mucho de prostitución y negocios poco proclives a ser aceptadas por la ley. Lo hacen en el Club Indra, un sitio que ofrecía música en directo en un intento por dejar su pasado de negocio del streaptease. Sin embargo esos primeros conciertos no convencieron al dueño, Bruno Koschmider, como tampoco a los propios músicos. Incluso los padres de Paul y John les perturbaba que sus hijos adolescentes vivieran y tocaran en esa parte de la ciudad. Y la realidad no los ayudaba mucho: dormían en un almacén sin calefacción, detrás de la pantalla del cine Bambi Kino. También habría que agregar las visitas, casi cotidianas, de los miembros del grupo a la comisaría de la policía. “Alteración del orden público”, era lo normal leer en la invitación que los traía a esas oficinas.
Hamburgo poco a poco les imprimía nuevos aires a esos jóvenes músicos. La forma de vestir con la que llegaron, muy al estilo Elvis Presley, fue modificada radicalmente. Posteriormente adquirirían el peinado estilo “champiñón” (“peinado Beatle) inspirados en una película de Cocteau.
Entre 1960 y 1962, tras más de 1500 horas de conciertos en vivo, la experiencia de tocar entre marineros, soldados, alcohol, drogas, así como el prematuro deceso (muerte cerebral) de Sutcliffe, “el quinto Beatle”, dio al cuarteto inglés la experiencia necesaria para tomar el mundo. “Nacimos en Liverpool, pero crecimos y maduramos en Hamburgo” sostuvo siempre Lennon.
Hoy en día se puede caminar y seguir los primeros trazos de la banda. Ya sea en el propio Club Indra –escuchando jazz y soul-, o en otros sitios donde también dieron conciertos directos, como el TOP-TEN, el Kaisekeller (donde tocaban hasta 12 horas diarias) o el Star-Club (que ya no existe pero hay una gran placa que recuerda su paso), o recorriendo la calle Reeperbahn, por donde paseaban en calzoncillos, con la tapa del WC como collar, después de haber destruido sus instrumentos durante un concierto, mucho antes de que lo hiciera The Who. También puede uno acercarse al cruce de esta misma calle con Grosse Freiheit para llegar a The Beatles Platz, -de forma circular simulando un disco de vinilo-, donde se han ubicado las cinco estatuas de aquellos primeros Beatles madurados en Hamburgo.
Aunque St. Pauli no es exactamente el mismo barrio de los sesentas, aún es una porción de Hamburgo -y de Europa-, donde la creatividad personal puede sentirse cómoda. Tal y como sucediera con los jóvenes Beatles.